Los tercios españoles. Orgánica y táctica en la Guerra de los Treinta Años
Àlex Claramunt Soto
Desperta Ferro Ediciones
El tercio constituye la agrupación táctica y orgánica por excelencia de los ejércitos de la Monarquía Hispánica de los Austrias. Con raíces en el ejército de los Reyes Católicos tras las reformas de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, y organizados oficialmente en 1536 con la Ordenanza de Génova por Carlos V, los tercios españoles dominaron los campos de batalla europeos durante casi ciento cincuenta años.
Tercios viejos y tercios de nuevo cuño
En origen se crearon cuatro tercios, los denominados Tercios Viejos, con carácter permanente y cuyos nombres (de Nápoles, de Lombardía, de Cerdeña y de Sicilia) hacían referencia al territorio que debían defender, aunque en 1567 serían enviados a los Países Bajos para combatir en la Guerra de Flandes. Asimismo, en distintos momentos se crearon otros tercios que llevaron el nombre de su maestre de campo. La selección de los mandos, tanto el maestre de campo como los capitanes, corrían a cargo del Consejo de Guerra, que debía evaluar a los candidatos y escoger a los más aptos. Una vez estos recibían sus patentes, se les asignaba un área de reclutamiento para que ellos y sus alféreces enrolasen a todo voluntario adecuado que se presentase.
Las dos grandes novedades respecto a la época previa, derivadas de las crecientes necesidades para los frentes que se multiplicaban, fueron la puesta en marcha, hacia 1635, de tercios o regimientos de raíz nobiliaria y tercios provinciales. Los primeros, inspirados por el modelo del Ejército francés, eran unidades cuyo reclutamiento y manutención corría a cargo, al menos en parte, de nobles destacados (entre ellos varios grandes de España) o importantes miembros de la Iglesia, que, como contrapartida, se reservaban el derecho de designar a la oficialidad. En principio, debían ser unidades de élite con un importante elemento aristocrático y que diesen ocupación a los omnipresentes veteranos sin empleo que residían en Madrid en busca de un cargo, aunque su calidad fue muy variable debido al elemento humano reclutado.
En cuanto a los tercios provinciales, se trataba de unidades de milicia reclutadas por los municipios de los distintos reinos peninsulares y que debían integrar un ejército de reserva para el caso de necesidad. Sus intervenciones, así, estuvieron limitadas a los frentes de la península ibérica (Cataluña, Portugal y el País Vasco). Su desempeño en combate fue desigual, puesto que para formarlos se recurría a los alistamientos forzosos.
Organización de los tercios españoles
Durante la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), la flexibilidad orgánica fue una de las características básicas de los ejércitos de la Monarquía Hispánica, como lo había sido en la centuria anterior. Los tercios españoles eran, ante todo, agrupaciones de una serie de compañías que podían asociarse o desvincularse en todo momento. A diferencia de la Corona francesa, que en el periodo 1610-1660 tendió a agrupar sus tropas veteranas en unidades formadas íntegramente por soldados experimentados, la Corona española privilegiaba la fusión en un mismo tercio de compañías con experiencia y compañías de bisoños, lo que garantizaba un buen nivel de promedio en las unidades de combate.
La flexibilidad del modelo militar hispánico iba más allá, pues un mismo tercio podía combatir al mismo tiempo en escenarios tan distintos como Brasil y el Mediterráneo. Esto sucedía cuando la unidad se subdividía en dos, una al mando de su comandante, el maestre de campo, y otra al de su segundo al mando, el sargento mayor. Esta eventualidad se dio en varios casos en la Guerra de los Treinta Años, cuando España tuvo que atender numerosos frentes no solo en Europa, sino también en América y Asia.
En cuanto a la orgánica interna, una diferencia importante respecto a los años previos fue la disminución del número de efectivos por tercio, que descendió a una media de entre 1000 y 1500. En 1633, por ejemplo, el Ejército de Flandes contaba con tres tercios de infantería española con 3760 efectivos en total que se dividían en 51 compañías. En promedio, los tercios de esta época tenían cada uno entre 15 y 20 compañías. Estas eran unidades administrativas, normalmente al mando de un capitán, formadas por soldados de tres tipos: piqueros, mosqueteros y arcabuceros.
A lo largo de las décadas de la Guerra de los Treinta Años y la reanudación de la Guerra de Flandes (1621-1648), la proporción de armas de fuego en los tercios fue creciendo paulatinamente hasta suponer dos terceras partes del total al final del conflicto. En 1636, por ejemplo, el cardenal infante Fernando, comandante del Ejército de Flandes, trató de que todas las compañías tuviesen 69 piqueros y 120 mosqueteros. En ciertas unidades se eliminaron los arcabuces, de calibre menor que el mosquete, pero esta arma siguió siendo utilizada durante todo el periodo.
Un aspecto problemático para la Real Hacienda fue el incremento del número de oficiales de cada compañía, sobre todo a través de los “reformados”, oficiales sin mando, generalmente de unidades disueltas, que se integraban en otras como soldados, pero con sueldo de oficial. A pesar del coste, esto incrementaba la eficiencia y combatividad de las tropas, como quedó patente con el tercio de Martín de Idiáquez en Nördlingen (1634).
Tácticas de los tercios
En el ámbito táctico, la formación básica siguió siendo el escuadrón, aunque con cambios perceptibles a lo largo del periodo, en consonancia con el aumento de bocas de fuego y la búsqueda, por el alto mando, de mayor flexibilidad. Así, los tercios cuadrados con dos mil efectivos, o más, que todavía protagonizaron las batallas de la primera fase de la Guerra de los Treinta Años (Montaña Blanca, Wimpfen, Fleurus), dieron paso en la década de 1630 a unidades más pequeñas, con entre ochocientos y mil efectivos de media, que formaban con entre diez y cinco hileras de fondo –en disminución progresiva–, y un frente más amplio para acumular potencia de fuego en los flancos del bloque de picas que constituía el núcleo de la unidad. Las “mangas” del tercio, formadas por los arcabuceros y mosqueteros provenientes de las distintas compañías, debían mantener un fuego sostenido que mermase al enemigo antes de la acometida de las picas. Las unidades experimentadas eran capaces de hacerlo durante varias horas, siempre que dispusieran de munición, como recalcó el marqués de Velada, capitán general del Ejército de Lombardía, tras la batalla de Proh (1645).
Al mismo tiempo, sobre todo en el complicado escenario de los Países Bajos, donde las batallas campales escasearon en este periodo debido a la profusión de canales, ríos y plazas fuertes, las mangas de tiradores siguieron desempeñando un papel táctico muy importante. Estos grupos de mosqueteros y arcabuceros se desgajaban del escuadrón de su unidad para entretener al enemigo con una escaramuza, usualmente parapetados tras setos y arboledas; o bien eran destacados en fortificaciones de campaña avanzadas con el mismo propósito. También podían desempeñar, en conjunción con pequeñas fuerzas de caballería, acciones de hostigamiento como emboscadas a tropas enemigas dispersas y ataques a convoyes de suministros.
Si los tercios españoles adoptaron formaciones progresivamente más lineales, lo mismo hicieron los ejércitos al desplegarse en el campo de batalla. Hasta finales de la década de 1620 se había optado por despliegues escalonados y profundos, mientras que, desde de la década de 1630 y, sobre todo, de 1640, se tendió a formar líneas cerradas con las sucesivas formaciones, que solían desplegarse en dos líneas con una reserva; la infantería en el centro y la caballería, cada vez más numerosa y con un papel táctico más agresivo, en ambos flancos.
Se trata de un modelo táctico que evolucionó en paralelo en los distintos ejércitos europeos, desde finales del siglo XVI, con las reformas de Mauricio de Nassau, a las que no fueron ajenos los tercios, que lejos de quedarse atrasados se adaptaron rápidamente a las innovaciones del periodo. El efecto de la “brigada sueca”, un modelo táctico sumamente complejo que requería de una gran veteranía y fue abandonado tras la muerte de Gustavo II Adolfo, fue prácticamente nulo. En muchos de los principales hechos de armas del periodo 1618-1648, los tercios españoles y de las diferentes naciones de la Monarquía Hispánica se impusieron a la infantería rival, fuese esta neerlandesa, francesa, alemana o sueca.
Bibliografía
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