La conquista francesa de Marruecos
Douglas Porch
Autor de The Conquest of Morocco y The French Foreign Legion
Marruecos demostraría ser, cuando menos, un país difícil de dominar. La tierra era vasta, gran parte montañosa o semidesértica, toda ella remota. Sus habitantes eran ferozmente independientes, aunque como en otros lugares, la oposición a la invasión francesa resultaría espasmódica y transitoria. Pero los aspirantes a conquistadores europeos también enfrentaron limitaciones. Como la mayoría de las empresas coloniales, la conquista de Marruecos fue gradual y dependió de un entorno internacional propicio, alineaciones políticas en París y financiación. Ardientes colonialistas europeos buscaron transmitir una imagen de Marruecos como un Estado fallido: un país tan empobrecido, y su gente tan brutalizada por un gobierno opresor, que anhelaba ser rescatado por la mano civilizadora de Europa. De hecho, la única razón por la que la independencia de Marruecos se mantuvo incólume hasta la primera década del siglo XX fue que las naciones europeas seguían en desacuerdo sobre quién ocuparía la estratégica cornisa de África.
Marruecos en el tablero diplomático europeo
Eso comenzó a cambiar el 8 de abril de 1904, cuando Gran Bretaña y Francia firmaron lo que se celebró como la Entente cordiale. El acuerdo contenía muchos anexos, uno de los cuales era el reconocimiento de una zona de influencia española en el norte de Marruecos. Sin embargo, el principio central era que Londres ya no se opondría a las invasiones de Francia en Marruecos, a cambio de tener las manos libres en Egipto. Sin embargo, debido a que no se había consultado a Berlín, en la mañana del 31 de marzo de 1905, el transatlántico alemán Hamburg ancló frente a Tánger. A bordo estaba el káiser Guillermo II, quien fue conducido a caballo a través del tortuoso laberinto de angostas callejuelas llenas de basura de Tánger hasta la legación alemana, donde pronunció algunos comentarios respeto a los intereses alemanes en Marruecos. Regresó rápidamente al Hamburg y zarpó. Al día siguiente, el cónsul alemán en Tánger y futuro ministro de Asuntos Exteriores del Segundo Reich, Richard von Kuhlmann, anunció que la visita del káiser tenía como objetivo subrayar el compromiso de Alemania con la salvaguarda de la independencia de Marruecos.
Las implicaciones de este enfrentamiento diplomático fueron significativas, comenzando por el hecho de que París temía que una invasión de Marruecos pudiera provocar una reacción alemana hostil; de hecho, en 1905 y 1911, las invasiones francesas en Marruecos llevarían a Berlín y París al borde mismo de la guerra.
La estrategia de Lyautey para la conquista de Marruecos
Conscientes del precario estatus político de Marruecos, los franceses adoptaron una cautelosa estrategia de invasión en múltiples frentes. El general Humber Lyautey, comandante francés de Sud Oranais, el territorio argelino que limita con el este de Marruecos, fue mordisqueando el oriente marroquí, avanzando sigilosamente desde Argelia para ocupar sitios dentro del territorio reclamado, pero no ocupado, por el sultán, bautizando las ciudades y pueblos recién asegurados con nombres franceses para hacer creer a periodistas, diplomáticos y políticos no familiarizados con la geografía del este de Marruecos que formaban parte de la Argelia francesa. Asimismo, los franceses convirtieron diversas crisis, muchas de ellas provocadas por la creciente oposición indígena a la invasión europea, en ganancias estratégicas.
Por ejemplo, en 1907, los franceses desplegaron una gran fuerza en Casablanca después de que ciudadanos europeos fueran allí masacrados, y procedieron a la conquista de Chaouia, el hinterland en torno a la ciudad. Los miembros de las tribus marroquíes montaron una campaña móvil contra las columnas francesas enviadas desde Casablanca que inicialmente fue efectiva. Sin embargo, la resistencia se derrumbó en gran medida en marzo de 1908 después de que el general francés Albert d’Amade atrapara dos veces a los resistentes en sus campamentos, contra los que aplicó todo el poder de la artillería y las armas de fuego francesas.
Un último avance francés en Marruecos se precipitó en 1911 por un motín de los áscares (soldados) del sultán contra sus asesores franceses en Fez. Una expedición francesa lanzada para rescatar a los europeos y al mismísimo sultán, asediado por sus propias tropas, desató una crisis internacional que solo se extinguió en noviembre de 1911, cuando París ganó la libertad de acción en Marruecos al ceder a Berlín territorio en Camerún a cambio. Si bien el acuerdo de 1911 entre Francia y Alemania resolvió la cuestión marroquí a nivel diplomático, la conquista francesa siguió siendo un asunto fragmentario, pausado por el estallido de la Gran Guerra en Europa y alterado por la implicación francesa en la Guerra del Rif (1909-1927), especialmente entre 1920 y 1926. Solo en 1934 las tribus «disidentes» restantes en Marruecos se sometieron al dominio francés.
Marruecos c. 1900. Un país porque el sultán así lo afirma
El principal problema a que se enfrentó la resistencia indígena fue que apenas existía en Marruecos la conciencia de una comunidad política y cultural comunes. Aunque nominalmente unificado, Marruecos era poco más que una expresión geográfica de tribus y familias rivales e intereses económicos en competencia cuyas interacciones eran moderadas por el sultán. Marruecos en 1900 era un país porque el sultán así lo afirmaba, aunque en la práctica solo ejercía un control nominal sobre él. Las montañas dividen culturalmente al país entre árabes y bereberes, una distinción principalmente lingüística y cultural. Los europeos generalmente despreciaban a los habitantes de las ciudades árabes cuyo centro cultural era Fez, con su famosa universidad y el cuerpo de eruditos religiosos, conocidos como los ulemas, como indolentes, engañosos, cobardes y decididamente antimodernos. Por el contrario, los bereberes de Marrakech, las montañas del Atlas y el Rif, que constituían aproximadamente el 60 por ciento de la población de Marruecos, estimada de cinco millones a principios del siglo XX, eran admirados como guerreros para quienes la valentía en la batalla era de rigor.
El gobierno de Marruecos se llamaba Makhzan, que significa «almacén» o «tesoro». Pero Marruecos no tenía “capital” como los europeos entendían el término. El sultán, rodeado de sus visires (ministros), su harén, sus soldados (ascares) y una pequeña ciudad de seguidores, que incluía escribas y mercaderes que sumaban treinta mil almas, deambulaba entre Fez, Mequinez, Rabat y Marrakech, dependiendo de la situación política. Como rey de Marruecos, el sultán podía imponer su gobierno en aquellas partes de su imperio que su ejército podía controlar, esencialmente en el creciente fértil al oeste del Atlas. En otros lugares, su autoridad temporal era, a efectos prácticos, ignorada.
Lo que le otorgaba a Marruecos una cierta identidad era que, como descendiente del Profeta y Comandante de los Fieles, el sultán recibía una gran veneración. Incluso aquellas áreas que se negaban a pagar sus impuestos o guarnecer a sus tropas, lo consideraban su califa y custodio del Dar al Islam, la Casa del Islam. Los marroquíes tenían un nombre para aquellos territorios cuyos habitantes vivían en esta curiosa relación con su gobierno: bled el-siba, o “tierra de disidencia”.
Aunque algunos colonialistas europeos promovieron a Marruecos como la «California de África», para Europa Marruecos tenía un solo valor: estratégico. Irónicamente, esto prolongó la independencia de Marruecos ya que la mayor parte del resto de África había sido digerida por los imperialistas europeos. Pero así como las disputas entre los europeos sobre quién iba a controlar Marruecos solidificaron las divisiones en Europa en el período previo a la Gran Guerra, también la presión de la modernización dividió a los marroquíes en dos bandos opuestos: uno formado por aquellos que creían en el aislamiento y la tradición como la mejor defensa contra la invasión de Europa, y otro que argumentaba que un gobierno reformado, occidentalizado y, en consecuencia, fortalecido podría proteger mejor la independencia del país.
Desafortunadamente, la reforma resultó particularmente destructiva cuando se aplicó en un contexto marroquí. Los préstamos de los bancos franceses para mejoras de infraestructura a partir de 1901 endeudaron cada vez más al Makhzen, fortalecieron el control europeo sobre la economía y pronto desacreditaron al sultán a los ojos de los tradicionalistas ulemas de Fez y las hermandades religiosas o zaouia, celosos de sus tierras y privilegios y desconfiados de un cambio contaminado por el cristianismo. Asimismo, comerciantes, caids, soldados y funcionarios de aduanas se mostraron reacios a reemplazar los sobornos y extorsiones de los que vivían con contratos fijos o un modesto salario gubernamental. La transformación de los ascares del sultán en un ejército moderno que vivía en barracones en lugar de cohabitar con sus mujeres en los barrios laberínticos cerca de los diversos palacios del sultán fue especialmente objetable y, como se vio, provocó un motín militar en 1911.
El impacto de la rápida industrialización de guerra en Europa a fines del siglo XIX pronto tuvo repercusiones para las sociedades marroquíes que carecían de la capacidad de adaptarse al desafío de la invasión militar occidental. En lugar de endurecer la potencial resistencia marroquí, la introducción de armas modernas, que se había convertido en un torrente después de la Guerra Franco-Prusiana de 1870-71, había otorgado a los caudillos y señores de la guerra acceso directo a los traficantes de armas, lo que les permitió desafiar a la autoridad central, lo que aceleró la desintegración social y política de Marruecos.
En estas condiciones, la modernización socavó la capacidad de Marruecos para enfrentarse cara a cara con los ejércitos occidentales. Individualmente, los bereberes marroquíes en particular eran excelentes combatientes y más tarde se convirtieron en reclutas muy apreciados por la armée d’Afrique de Francia. En la cultura marroquí, la batalla se desarrollaba como un teatro en el que el guerrero individual buscaba la gloria a través de una demostración de coraje personal… y del saqueo. La guerra no era, en el sentido de Clausewitz, “política por otros medios”. Las fuerzas indígenas tenían sistemas logísticos primitivos, por lo que rápidamente se quedaban sin municiones y alimentos después de unos días y se veían obligados a dispersarse. La tecnología se incorporó a los hábitos tácticos existentes, que a menudo estaban anclados en la organización social y la precedencia política, que no podían ajustarse sin alterar el orden político. Por lo tanto, la adquisición de tecnología a menudo resultó ser una bendición a medias, especialmente en Marruecos, que carecía de una estructura nacional para hacerlo eficiente.
La naturaleza dividida de la sociedad marroquí hizo difícil improvisar una resistencia común. Los marroquíes no eran uniformemente hostiles al invasor, ni tenían la sensación de estar librando una guerra de supervivencia nacional. Divididos por la geografía, el idioma, las rivalidades de casta, tribu, clan o familia, sus débiles lazos de cultura común, una respuesta unificada basada en un sentido compartido de interés nacional, cuando pudo ser reunida, rara vez sobrevivió a la primera debacle militar. Cada grupo o clan debía decidir si le convenía luchar o hacer las paces. Pocos líderes de la resistencia estaban dispuestos a luchar hasta las últimas consecuencias. En la década de 1920, un líder inteligente como Abd el-Krim en el Rif pudo combinar la geografía y las tácticas de insurgencia con la falta de espíritu de lucha de muchos soldados españoles para crear una República del Rif independiente de corta duración. En otros lugares, sin embargo, los guerreros demostraban su arrojo luchando en campo abierto, ofrecieron sus pechos a las balas. Una victoria ganada furtivamente era deshonrosa. Así, tras una muestra de resistencia, la mayoría de los líderes marroquíes se vieron obligados a buscar acomodo con los invasores coloniales.
Al darse cuenta de la naturaleza dividida de las sociedades indígenas, los franceses habían creado desde el principio una organización para proporcionar inteligencia, dividir y eventualmente controlar las tierras conquistadas en el norte de África. Creados en los primeros días de la conquista francesa de Argelia en 1833, los burós árabes eran a partes iguales cuerpos de alcance tribal, organización administrativa, fuerza policial y servicio de inteligencia destinados a estudiar la sociedad del norte de África, revelar sus costuras y debilidades e identificar posibles colaboradores. La incorporación de levas indígenas en un ejército expedicionario otorgó a los franceses una ventaja política y psicológica y ayudó a fracturar aún más una respuesta marroquí unificada ante la invasión. A principios de siglo, Lyautey desarrolló esta combinación de recopilación de inteligencia e incentivos económicos, respaldada por la amenaza del castigo, en una técnica de conquista, a la que denominó «penetración pacífica», en efecto, un método de «colonialismo blando» que se vendió mejor en Francia de lo que realmente funcionó sobre el terreno en Marruecos, y cuyas limitaciones fueron expuestas por Abd el-Krim.
Bibliografía
Porch, D. (1982): The Conquest of Morocco. New York: Farrar, Straus and Giroux.
Porch, D. (1991): The French Foreign Legion. A Complete History of the Legendary Fighting Force. New York: Harper Collins Publisher.